Un hombre sale de casa. Se monta en su coche. Visita a su novia. Cena con su ex-mujer. Toma unas copas con un amigo. Al día siguiente vuelve a la agencia en la que trabaja vendiendo casas. Discute el precio del alquiler con un par de inquilinos. Y cuando después de ocho horas termina de trabajar, recoge a su hijo para irse de pesca.
Cuatro líneas. Apenas necesitamos más para resumir cualquiera de las novelas de Richard Ford. El escritor americano se viste una y otra vez de ese middle man que representa a la “verdadera América”. Un país entregado a sus moteles de carretera, suburbios residenciales y paisajes de postal.
Termino de leer “El día de la independencia”, un microcosmos que transcurre a lo largo de cuatro días del “periodo de existencia” de Frank Bascombe. Y no, no son las 24 horas de Leopold Bloom en el Dublín de Joyce, pero a cambio Ford propone un universo mucho más cotidiano, construido sobre las pequeñas, pequeñísimas cosas que para bien o para mal construyen la vida.
Lo hace sobre una novela que aguanta el pulso en prácticamente cada una de sus 600 páginas. En la que sorprende que podamos asistir con tanto interés cómo se negocia la venta de una casa o que realmente nos importe la visita a un lugar tan insulso como “el salón de la fama del baloncesto”.
No es fácil explicar cómo hacer la compra en el supermercado o esperar en la sala de urgencias de un hospital puede transformarse en una aventura. No por supuesto, en el sentido académico del término, pero sí en ese ir y venir de ideas, pensamientos abstractos y horas de tedio y aburrimiento que todos llevamos a diario lo mejor que podemos.
Como la antítesis de escritores como Ken Follet o Tom Clancy, ha conseguido ganar premios como el Pullitzer o el Princesa de Asturias por toda su obra. Porque no hace falta grandes gestas para ser un héroe, nadie debería perderse sus libros.