Salimos con hambre del “Archivo de Indias”. Así que tras enfilar de nuevo la Avenida de la Constitución y esquivar a los distintos grupos de turistas que se arremolinan frente a la catedral, apretamos el paso hasta ese ayuntamiento que parece descolocado en el centro de la ciudad, muerto de miedo ante la Giralda.
Calles Francisco Bruna y Álvarez Quintero, para darnos de bruces con los gritos, los platos, el olor a fritanga y la cola que aún a las 14.00 de la tarde sigue formándose a la entrada del “Divino Salvador”. Los lugareños, atiborrándose a base de ensaladilla rusa en “La Alicantina”. El resto, comiendo lo que pueden en las mesas altas que se desparraman por la plaza.
Seguimos por la Lebrijana “Calle Cuna”, pletórica con sus tiendas para novias y esa churrería prieta que anotamos para otro momento. Y de ahí hasta “La Campana”, una de esas tremendas pastelerías congeladas en el tiempo, con sus escaparates inmensos y esos camareros siempre atentos al equilibrio de sus miniaturas de nata.
Empalagados, nos sorprende darnos de bruces con ese horror que responde al nombre de “Plaza del Duque de la Victoria”, refugio de un “El Corte Inglés” del que huímos a paso ligero, hasta que embocamos la mucho más tranquila calle de “Jesús del Gran Poder”. Pese a que afortunadamente es sombreada, la calle se nos hace larga, pesada mientras salivamos un “¿Falta mucho?” que cada poco comprobamos en Google Maps esperando buenas noticias.
Y no, no falta mucho. Tras andar cinco minutos giramos en “Pescadores”, atravesamos “Hernán Cortés” y literalmente nos colamos en “Eslava“ (Calle Eslava, 3), probablemente el mejor restaurante que hemos visitado en este puente sevillano. Nos hacemos fuertes en una mesa de la terraza, saltándonos la lista de espera. Y con algo de nervios al principio, por eso de si nos echan, pero mucho más relajados después de la segunda tapa, nos dejamos vencer por el sol de octubre.