10 pequeñas memeces perfectamente evitables

2016 puede ser un gran año para dejar de hacer memeces. Sobre todo las pequeñas, las que son perfectamente evitables y que a todos nos disgustan o incomodan. O almenos, las que me disgustan e incomodan a mí. Así que si queréis hacerme más feliz, o al menos no enfadarme tanto como en 2015, ahí van nada menos que diez sencillísimas recomendaciones.

1. No cojas comida de mi plato sin antes pedirme permiso

Vamos a ir por partes. No tengo ningún problema en compartir mi comida contigo. De hecho, probablemente a mí también me apetecerá probar algo de lo que tienes en tu plato. Pero no soporto que metas tu manaza en mi comida sin pedírmelo antes.

Me hace sentirme como Ross cuando su compañero de trabajo se come su bocadillo. “¡¡Mi bocadilo!!” No lo hagas, no está bien. La única excepción que admito a esta regla es …. lo siento, no hay ninguna excepción.

2. No leas mi periódico, mi libro (lo que sea) mientras lo estoy leyendo yo.

A menos que no seas un gato y por lo tanto, aparte de tu total falta de respeto por la intimidad de tu dueño te dediques a engullir y escupir bolas de pelo, no empieces a cotillear lo que estoy leyendo o aún peor, no me lo quites de las manos para leerlo tú con la excusa de “sólo es un momentito y ahora te lo devuelvo”.

Sois legión lo que tenéis este absurdo comportamiento troglodita y espero que este rapapolvos os sirva de algo. Yo no te quito el “Marca”, la “Cosmopolitan” o la última novela de Amos Oz de las manos, ni me pongo detrás de tus hombros para ver lo que estás leyendo y soltarte “menudo rollo no?” Por favor, no seas esa persona.

3. No alardees de tu ignorancia 

La mayor parte de nosotros somos profundamente ignorantes. Yo el primero, por supuesto.  Pero no es motivo de orgullo, ni de ir presumiendo de ello. Sobre todo cuando de lo que estás hablando es de cultura general y no de la teoría de cuerdas o de la “Crítica de la razón pura”.

Si en una conversación sencilla el tema estrella es Turquía y no sabes que la capital es Ankara, no grites a los cuatro vientos que no tienes ni puta idea de geografía. Si después de meses y meses de refriega electoral no sabes a qué partido pertenece Ada Colau, no salgas con algo parecido a que “los políticos son todos iguales”.

Todos te reiremos la gracia la primera vez, la segunda e incluso la tercera. Pero a la cuarta, pensaremos que eres un/una ignorante de manual. Tienes un móvil en el bolsillo. Sirve para algo más que mandar memes en WhatsApp.

4. No seas aguafiestas. Si sales a comer o a cenar sales. Si no quieres pagar, mejor te quedas en casa.

A todos nos gusta salir a comer o a cenar con nuestros colegas. Y en el 99% de las ocasiones todo sale bien. Todo son sonrisas, chascarrillos y alegría. Hasta que sales con el aguafiestas.

El aguafiestas es el que sale contigo, sabiendo perfectamente donde vais a ir, pero que se presenta con todo tipo de pegas. No quiere entrantes porque son caros. Se queja de que la comida es escasa (cuando no lo es) y cuando llega la cuenta, afirma que él ha comido menos, o un plato más barato y exige por lo tanto,  pagar menos.

A menos que los amigos del aguafiestas sean aprovechados y se hayan puesto ciegos a cigalas mientras él se ha conformado con una ensalada, este comportamiento merece ser repudiado y el aguafiestas no ser invitado nunca más.

5. No te comas un huevo duro en mi presencia

Lo sé, es completamente irracional. Odio los huevos duros. Los odio hasta la náusea. Odio su aspecto, su olor, tu textura y por supuesto su más que cuestionable sabor.

Si eres un “comedor de huevos duros” y no te avergüenzas de ello, está bien, admite que tienes un problema y haz lo posible para que no se te note.

6. No, las fiestas de tu pueblo no son las mejores del mundo

Juntarte con tus amigos, ir al Mercadona a gastarte los ahorros del mes en alcohol, hacer un botellón en la plaza y acabar la noche en una discoteca portátil o peor aún, escuchando a una infame orquesta, no convierte la fiesta de tu pueblo “en la mejor del mundo”.

Vamos a decir la verdad. Las fiestas de tu pueblo, como en el 99% de los pueblos, son una puta mierda. Una excusa para emborracharte, cantar “Paquito el chocolatero” sin causar vergüenza ajena y hacerte el digno desayunando churros congelados a las 7 de la mañana en la única cafetería que abre un domingo a esas horas.

Me parece perfecto. No comparto tu forma de divertirte, pero la respeto. Todos hemos estado ahí en algún momento de nuestras vidas. Eso sí, ahórrate el soltarme el coñazo de que “tienes que conocer mi pueblo”, “la fiestas son la caña”, “no tiene nada que ver con…”. Te lo pido como un favor personal.

7. Tus hijos tampoco son los más guapos, inteligentes o divertidos del colegio

¿Por qué me obligas a mentirte a la cara? Tu bebé de tres meses es normal, tirando a feo, como lo hemos sido todos cuando teníamos esa edad. De hecho, yo he sido uno de los más feos. Pero mi madre no lo ocultaba. Decía “es feo, ya mejorará”.

No te pido el nivel de lucidez de mi progenitora, pero al menos no me hagas decir lo que no es. Y últimas noticias: tu hijo tampoco es Albert Einstein. Lo admito, ha sacado un diez, pero en “Pinta y colorea”.

8. No justifiques el maltrato animal

Lo entiendo. Tienes una tara. Te gustan las corridas de toros, disfrutas como nadie humillando al “toro de la Vega”, echas de menos que ya no tiren a las cabras desde los campanarios y estás convencido de que tradición y cultura es lo mismo.

A la vez, me conoces. Y sabes que desapruebo las sandeces que te gustan en ese aspecto en particular.

Podemos llevarnos bien y hacer como que los dos no sabemos nada. Tú no hablas y yo no te pregunto. Pero no intentes justificar el maltrato animal. No te lo admito.

9.  Yo tengo la razón y tú no

Me considero una persona tolerante, abierta a las opiniones de los demás, razonable…. y cabezota, cabezota, cabezota. En la mayoría de las discusiones puedo admitir que estoy equivocado. En otras en cambio, aunque lo esté, nunca lo reconoceré.

Si te encuentras lidiando en esta situación conmigo, simplemente da tu brazo a torcer. Aunque en tu interior me estés maldiciendo con cien mil insultos.

No es difícil. Recuerda que ante cualquier duda, yo tengo la razón y tú no. ¿Lo ves? Con esta simple máxima acabo de facilitarte la vida, evitado mil y un disgustos e inundado tu mundo de una resplandeciente felicidad. ¿No es maravilloso?

10. No hablarás de Woody Allen en vano

Si vas a decir cualquier cosa de Woody Allen y estás en mi presencia, documéntate un poco antes de abrir la boca. No, nunca ha sido juzgado por abuso de menores y no, Soon-Yi Previn, su pareja actual, no era su hija adoptiva.

Soon era hija adoptiva únicamente de Mia Farrow, siendo su padre adoptivo la pareja de Farrow en aquella época, André Previn. Cuando ambos empezaron a salir, Soon Yi tenía 21 años de edad y Woody Allen 54.

Una diferencia considerable, pero similar a la que había entre Mia Farrow y un Frank Sinatra de 76 años cuando dieron comienzo a su relación.

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Published by Rudy de Juana

Periodista, escritor, geek y aficionado al jazz. Profesionalmente me encontrarás en MuyComputerPro y MuySeguridad. De mis nuevos proyectos te hablo en rodolfodejuana.com

2 thoughts on “10 pequeñas memeces perfectamente evitables

  1. Me ha gustado mucho! Me quedo con el punto 4, has dado en el clavo! aunque el 5 del huevo duro… jeje. Te invito a que te pases por mi blog, no suelo hacerlo en los comentarios, pero hay alguna referencia a Woody que te puede gustar, aunque te confieso que Manhattan no es mi preferida suya, ni mucho menos. Un saludo!

  2. Manhattan es una película que merece verse dos o tres veces para coger todos esos matices que la hacen tan especial… o al menos así lo veo : ) ¿Cuál es tu película preferida de Woody?

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