No hace demasiado tiempo que fui a ver a cine “La sal de la tierra”, un estupendo documental que repasa la vida y la obra del fotógrafo brasileño Sebastião Salgado. De todas las imágenes que proyectaron en las poco menos de dos horas que duró la película, pocas me impactaron más que las pertenecientes a su libro “Sahel”, en el mostraba lo terrible y apabullante que es la hambruna en África. Las imágenes de hombres, mujeresy niños pesando poco más que un suspiro, no se borrarán de mi memoria nunca.
El libro fue publicado en 1986 y Sahel es ese cinturón de tierra (5.400 km) que marca el inicio del África Subsahariana y que se sitúa entre el desierto y la sabana. Las imágenes de Salgado, como las de muchos otros, contribuyeron a formar en nosotros la imagen de un continente extremadamente pobre, muerto literalmente de hambre. El genocidio de Rwanda en 1994 y las guerras que le siguieron, añadieron a esa imagen inicial la de un continente terriblemente violento, casi inhumano.
Sin dejar de ser verdad todas esas imágenes, los europeos y por extensión los occidentales, hemos estigmatizado todo un continente que en los últimos años se ha convertido en el más interesante del mundo y en el que se está viviendo una auténtica revolución económica, social y cultural. Como hemos contado esta misma semana en “África: el próximo destino para tu empresa”, nos encontramos con países como Angola, Botsuana o Nigeria que están creciendo a una media del 11% anual. Y según el World Economic Outlook de 2012, en una proyección hacia 2020, ocho de los diez países que más crecerán serán africanos.
El crecimiento por sí mismo no dice mucho. Dice más el progreso en el índice de desarrollo humano de la ONU en países como Etiopía, Libia antes de su frustrada revolución o Túnez, la formación de una sólida cultura de pequeñas empresas y startups en países como Kenya o la formación de una clase media (entendida en términos africanos) en muchos de estos países del Sahel que retrató Salgado en los años 80.
Por supuesto que sigue siendo un continente con muchos problemas y que algunos de sus países se encuentran entre los más pobres del mundo, pero por primera vez después de tantos años de promesas incumplidas, de programas fallidos, de entender al africano casi como un ser que acepta su destino con una resignación bíblica, estamos descubriendo que algunos de esos pueblos han decidido ser dueños de su propio destino. Y no sólo están creciendo económicamente, sino que están apostando por convertirse en democracias.
Llama la atención como en un continente olvidado por casi todos, algo en teoría tan exótico como los pagos móviles haya cogido fuerza. Lo cuentan en Think Big, donde explican que en países como Kenya o Tanzania el servicio de pagos móviles M-Pesa, basados en algo tan “obsoleto” como los mensajes SMS haya conseguido convencer hasta a 18 millones de usuarios, en un momento en el que los pagos móviles apenas si despiertan un interés mínimo en Europa o Estados Unidos.
Incluso el modernísimo crowdfunding, tan de moda gracias a plataformas como Kickstarter, ha conseguido hacerse un hueco en el continente. Como explico en “¿Cómo será el futuro del crowdfunding?”, la plataforma de crowdfunding transversal Homestrings ha conseguido mover más de 25 millones de dólares para favorecer el desarrollo de ideas, productos y proyectos en 13 países africanos, mostrando de esta forma que hay otras formas de favorecer el desarrollo loca que no pasan por la cooperación internacional. Y de una forma similar Zoomal, plataforma orientada al mundo árabe, ha conseguido movilizar más de 500.000 dólares en sólo seis meses de actividad.
Pero frente a todos estos datos positivos, no podemos olvidarnos de Lampedusa. La pequeña isla italiana se ha convertido en el auténtico símbolo de la vergüenza que hoy en día significa ser europeo. Un continente que ha dado la espalda a sus hermanos africanos, que permite que cientos de ellos cada semana se ahoguen en el Mediterráneo. Un continente cuya única respuesta es echarse las manos a la cabeza, lamentar lo sucedido para días después construir vallas más altas en Ceuta y Melilla, disparar bolas de goma a los inmigrantes que intentan llegar a nado a la costa o practicar las devoluciones en caliente.
Reconocer el progreso de los países africanos en este artículo es también reconocer que pese a todo, queda muchísimo por hacer y que desgraciadamente, ni los europeos ni en general los occidentales, les estamos poniendo las cosas precisamente fáciles.