Mi navegador preferido es Google Chrome. Mi gestor de correo es Gmail. Guardo la mayoría de mis archivos en Google Drive. El sistema operativo de mi teléfono es Android y mi televisión es un poco más inteligente gracias a Google Chromecast que entre otras cosas, utilizo para ver vídeos de Youtube. Mi vida tecnológica, como la de muchos de los que estáis ahora leyendo estas líneas, está tan ligada a Google, que no es exagerado afirmar que pasamos más tiempo con la empresa de Mountainview, que junto a nuestros seres queridos.
Esto obviamente, no siempre ha sido así. Al fin y al cabo, el buscador más famoso y más utilizado del mundo no vio la luz hasta 1998 y no se comenzó a popularizarse hasta unos años después. Y sin embargo, había una vida más que interesante en Internet antes de Google.
Comencemos por lo más básico. ¿Cómo buscábamos información en la Red a finales de los años 90? Seguramente con alguno de los buscadores de los que en MuyPymes mencionamos en “Internet antes de Google: 10 buscadores que hicieron historia”: Lycos, Excite, Altavista, Infoseek…
De todos, Altavista era el que yo utilizaba con más frecuencia, junto con Yahoo! que por aquel entonces no pasaba en realidad de ser un catálogo que ordenaba las webs en función de su popularidad en diversas categorías.
¿Cómo nos comunicábamos? La mayoría de nosotros, desde el buzón POP3 que nos regalaba nuestro proveedor de Internet. Y no, no hablo de los Telefónica, Vodafone o Jazztel desde los que os conectáis ahora. La mayoría eran empresas como Arrakis, entidades bancarias como Bankinter (sí, mi proveedor de Internet durante un par de años fue un banco), portales de contenidos como Tiscali o EresMas, y en definitiva casi cualquier empresa que pudiera meter un dialer en un CD y regalarlo en ferias de informática como el SIMO.
Pero volvamos a la comunicación.Porque vaya si nos comunicábamos. Antes de las redes sociales, el correo electrónico nos parecía algo tan milagroso que de repente recuperamos el género epistolar con un entusiasmo que no se veía en España desde la época de Quevedo. Enormes e-mails en los que nos contábamos de todo, absolutamente de todo, como si no hubiera un mañana. Y no había Google, pero muchos confiaban en ese imán de SPAM que era Microsoft Messenger, mientras que los más “modernos” escribían (sospecho que siguen haciéndolo) desde Yahoo Mail.
Y tan contentos estábamos con nuestras cartas cuando de repente en España una empresa tan castiza como “Olé” inauguró las primeras (o almenos para mí lo eran) salas de chat basadas en Java. Éramos una pequeña familia. Y digo pequeña porque cuando entrabas en la sala #Madrid, por poner un ejemplo, en los días buenos no había más de 50 personas conectadas al mismo tiempo. Se podía chatear en el canal abierto y aunque ahora pueda parecer extraño, ligar no era ni mucho menos el objetivo principal. Lo de las salas de chat tan pequeñas como el salón de casa se mantuvo durante un breve periodo de tiempo y como dijo Vargas Llosa, no está del todo claro “cuando se nos jodió el Perú”.
Tal vez fue cuando Terra inauguró las suyas o tal vez fue cuando casi todos aprendieron a conectarse al mIRC, un programa de chat instantántea basado en nodos y canales y que para utilizarlo correctamente había que aprenderse unos cuantos atajos de teclado. Mítico por supuesto era el nodo #mIRCHispano y su archiconocida sala #Amistad, pero eso es otra historia.
De la sala de chat saltamos también antes de llegar a Google a los programas de mensajería instantánea. Y como contamos en “De ICQ a WhatsApp en la Web: Historia de la mensajería instantánea”, ICQ fue el encargado de abrir camino y marcar una época. Los que los utilizábamos (la mayoría proveníamos de las salas de chat de Olé y Ozú y nos trasladamos a esta plataforma) no dábamos crédito a lo que veíamos. Visto con perspectiva es cierto que la interfaz era más bien cutre, pero el hecho de poder ver en tiempo real cómo nuestro interlocutor escribía, borraba las letras, cambiaba de idea… nos parecía casi brujería.
Aunque durante ese tiempo fueron surgiendo otros programas, la mayoría pasamos del ICQ al Messenger, sobre todo cuando Microsoft lo impuso “por decreto” al incluirlo en Windows XP. ¿Nos gustó? Nos gustó.
Para no alargarme demasiado, el último hito al que quiero referirme antes de la llegada de Google es la descarga de música de la Red. Y no, no hablo de Napster, programa que se popularizaría como el primer tímido azote para la industria discográfica. Hablo de páginas que, sorpresa sorpresa, ofrecían la descarga de MP3 directa, ya que alojaban la música directamente en sus servidores.
Toda la información se organizaba en torno a catálogos de enlaces, ordenados de forma jerárquica que había que escudriñar en busca de lo que queríamos. Pero daba igual. Cuando encontrábamos la canción, no no nos importaba esperar una media hora hasta que se bjase nuestro MP3, o que tuviéramos que utilizar 3 o 4 discos de 3,5 pulgadas para guardarlo. Lo que importaba es que era nuestra, que sabíamos que habíamos hecho algo”ilegal” y que nos nos importaba.
Hasta la llegada de Napster este tipo de páginas vivieron una suerte de “edad dorada” y como consecuencia cada vez resultaba más complicada encontrar alguna que no quisiera vender un servicio de suscripción o que fuese directamente falsa. Casi al mismo tiempo del lanzamiento de Napster, empezaron a presentarse los primeros reproductores de MP3 (Yo me hice con un Samsung Yepp con 32 MB de almacenamiento interno y un diseño espectacular, construido en aluminio pulido) y como suele decirse, el resto es historia.
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