Según afirma la Wikipedia, “Una distopía o antiutopía es una sociedad ficticia indeseable en sí misma. Esta sociedad distópica suele ser introducida mediante una novela, ensayo, cómic, serie televisiva, videojuego o película”.
Distopías son el mundo creado por George Orwell en 1984, planteamientos como los que el director japonés Kinji Fukasaku nos muestra en la violentísima (aunque con un ligero toque de humor negro) Battle Royale o más recientemente la saga completa de “Los juegos del hambre” o la fantástica Interstellar. Distópicos son también comics como “V de Vendetta” o “Akira” que sitúa la acción en un Tokio postnuclear.
Si hablo de distopías es porque en la última semana y casi por azar, dos distopías más que recomendables se han cruzado en mi vida “gafapástica”. La primera, “White Christmas”, el último capítulo de Black Mirror. La segunda, la subyugante “Ácido sulfúrico” novela de la siempre recomendable Amélie Nothomb.
Distopías en Black Mirror
Para quien no la conozcan todavía (ya la estáis buscando, bajando), Black Mirror es una serie de televisión creada por Charlie Brooker y que intenta mostrar el lado oscuro de la tecnología, ya sea en el presente, ya sea en un futuro más o menos cercano. La serie que cuenta con tres temporadas, sólo contiene siete capítulos. En cada capítulo se narra una historia diferente y no están relacionados entre sí.
Es importante señalar que si por una parte Black Mirror muestra en qué nos hemos convertido o en qué nos podemos convertir a causa de la tecnología, no muestra en todos sus capítulos una sociedad distópica, sino que más bien hace un intento de estirar los límites lógicos de nuestra sociedad actual, a la que proyecta hacia el futuro e intenta adivinar las consecuencias de una premisa determinada: la conexión permanente a nuestros smartphones, la necesidad de fotografiarlo todo, la miseria de la cultura de masas, los reality shows, la decadencia de la clase política, etc.
En White Christmas en cambio sí entra de lleno en una socieda distópica. (Aviso Spoilers) En ésta, existen empresas que con capaces de crear réplicas o clones de nuestra conciencia individual, a las que dotan de un cuerpo virtual de dimensiones muy reducidas. El objetivo es que sus clientes puedan tener una copia de sí mismos, basada en código, que por ejemplo se ocupen de las tareas más ingratas de la casa y cuiden en todos los sentidos, de su versión original.
Lo que en realidad crean son por supuesto programas, pero al ser copias exactas de la conciencia de sus dueños, disponen de los mismos recuerdos, experimentan las mismas emociones y por supuesto sufren como lo haría una persona real. Además en esa misma sociedad, todos disponen de un fantástico dispositivo que permite tomar imágenes, hablar por teléfono, etc. y que tiene una función adicional: puede bloquear personas.
Si una persona decide bloquear a otra, el que pulsa el botón se convierte para su interlocutor en una figura borrosa a la que no puede distinguir, no puede escuchar y con la que no se puede comunicar hasta que dicha persona decida (si es que lo hace), poner fin a dicho bloqueo. Pero no voy a contar más, lo mejor es que veáis por vosotros mismos cómo transcurre la historia.
Ácido sulfúrico: la televisión llevada al extremo
Imaginad que un día estáis paseando por el parque más concurrido de vuestra ciudad. De repente un grupo de hombres armados os secuestran, os meten en un tren y os trasladan a lo que parece un gran campo de concentración. Y no sólo eso, dicho campo de concentración es en realidad un enorme plató televisivo que sirve como base de “Concentración” un nuevo programa en el que los forzosos “concursantes” son tratados como los millones de judíos que sufrieron los campos en la segunda guerra mundial.
En Concentración los kapos golpean y humillan a los detenidos, apenas les dan de comer y una vez al día eligen a los que van a ejecutar, consiguiendo así enormes índices de audiencia. En realidad lo que Nothomb plantea en esta novela es la vieja pregunta de: ¿Vemos telebasura porque la programan en televisión o la programan en televisión porque la vemos?
Además supone una crítica feroz a una sociedad supuestamente “democrática” que se rasga la vestriduras por la existencia de un pograma de tal calibre, que muestra su repugnancia en periódicos y editoriales, pero en la que nadie mueve un dedo para evitar que el programa se emita. ¿A alguien le suena familiar?
Espero que nada de todo eso llegue un dìa a ocurrir.