“El guardián entre en el centeno”, además de ser el título de la famosísima novela de Salinger (mea culpa por no haberla leído ya), es el pseudónimo que utiliza el poco pródigo autor de ese curioso blog que atiende al gafapástico título de “Manual de un buen vividor”. Recomiendo leerlo de vez en cuando, porque aunque siempre me queda la duda de si lo que cuenta es cierto, o simplemente es postureo tramposo, la verdad es que es fácil disfrutar de una lectura que aunque peca de artificiosa, se saborea como un buen dry martini, sorbito a sorbito.
El penúltimo de sus posts, “La primera película que vi por segunda vez”, evoca esa sensación de haber visto una película que no puedes quitarte de la cabeza, que ves tantas veces que acabas por aprenderte los diálogos y que disfrutas cada vez, descubriendo nuevos detalles, matices que al principio se te escapan, cuando todavía no sabes cómo va a terminar la historia.
Yo no tengo del todo claro cuál fue la primera película que vi por segunda vez, pero desde luego sí que sé qué dos películas veo siempre que tengo ocasión, disfrutándolas tanto como la primera. En primer lugar, ese monumento que atiende al título de “Manhattan”, y que comienza con Woody Allen, su máquina de escribir y el inicio de lo que promete ser su nueva novela:
Capítulo Primero
Él adoraba Nueva York. La idolatraba de un modo desproporcionado. No no, mejor así. Él la sentimentalizaba desmesuradamente. Eso es. Para él, sin importar la época del año, aquella seguía siendo una ciudad en blanco y negro que latía a los acordes de George Gershwin. eh.. no.. volvamos a empezar.
Capítulo Primero
El sentía demasiado románticamente Manhattan. Vibraba con la agitación de las multitudes y del tráfico. Para él Nueva York eran bellas mujeres y hombres que estaban de vuelta de todo. No.. tópico, demasiado tópico y superficial. Hazlo más profundo. A ver…
Capítulo Primero
Él adoraba Nueva York. Para él, era una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea. La misma falta de integridad que empuja a buscar las salidas fáciles, convertía la ciudad de sus sueños en… no no no…suena a sermón. Quiero decir que en fin, tengo que reconocerlo, quiero vender libros.
Capítulo primero
Adoraba Nueva York. Aunque para él era una metáfora de la decadencia de la cultura contemporánea. ¡Qué difícil era sobrevivir en una sociedad insensibilizada por la droga, la música estrepitosa, la televisión, la delincuencia, la basura!. Mmm no, demasiado amargo, no quiero serlo.
Capítulo primero
Él era tan duro y romántico como la ciudad a la que amaba. Tras sus gafas de montura negra, se agazapaba el vibrante poder sexual de un jaguar. Esto me encanta. Nueva York era su ciudad y siempre lo sería
La segunda película que necesito ver siempre una vez más es “Cadena perpetua”, una obra maestra que funciona a la perfección porque contiene todos esos ingredientes con los que se construyen las grandes personas: amistad, honor, justicia. Porque todos queremos ser Tim Robbins para poder tener a Morgan Freeman a nuestro lado. Porque todos esperamos ser Morgan Freeman para poder ser salvados.
El pasado 24 de octubre se cumplieron 20 años del estreno de la cinta de Frank Darabont y en EP le hicieron un sentido homenaje en el que desvelaron curiosidades como que Brad Pitt dijo no a encarnar el papel de Tommy Williams, o que la intención inicial del director era dejar un final abierto, en el que no se sabía si los dos amigos volverían a rencontrarse.
Finalmente, la primera vez que la vi, “Cadena Perpetua” me descubrió a la gran Rita Hayworth, encarnando a una Gilda tan sensual que me llevó a mis 14 años a comprarme un gran poster y colgarlo en una habitación en la que durante un tiempo estuvo conviviendo con Pearl Jam, Pulp Fiction, “El beso” de Edward Munch y por qué no decirlo, una simpática estampa de “Friends”.