Ayer tuve la oportunidad de ver “Comprar, tirar, comprar. La historia secreta de la obsolescencia programada”, un estupendo documental que echaron en la 2 hace unos días y que me imagino que pasó por los índices de audiencia sin pena ni gloria, marginado por “Adán y Eva” y el pequeño Nicolás.
Por el trabajo de Cosima Dannoritze pasaron la historia de la bombilla que lleva más de cien años dando luz en una estación de bomberos de California, las viejas neveras de la Unión Soviética que siguen funcionando como el primer día o unas estupendas medias de nylon tan resistentes, que tuvieron que retirarlas del mercado para desarrollar otras que se rompieran.
Por el documental también pasaron los amigos de Apple, que tuvieron que reconocer ante un grupo de enfadados consumidores que efectivamente, las primeras baterías de los iPod estaban programadas para durar únicamente 18 meses. Desfilaron también los famosos chips que cuentan las páginas que se imprimen en los modelos baratos de impresora y que cuando llegan a un límite preestablecido (1.000–3.000 impresiones) bloquean el equipo.
Y aunque la “anécdota” resultaba interesante por sí misma, lo más fascinante del documental fue el intentar explicar la motivación que hay detrás de la obsolescencia programada. El fenómeno que empieza cuando el lobby de las bombillas deciden que no van a fabricar bombillas de más de 1.000 horas de duración parte de una premisa muy sencilla: Si todo el mundo tiene en su casa bombillas que duran 100.000 horas o más, ¿Qué va a ocurrir cuando todo el mundo tenga bombillas? Las fábricas cerrarán y los trabajadores se quedarán sin empleo.
Aplíquese a cualquier bien de consumo. ¿Cómo le iría a empresas como Samsung o Apple si los consumidores en vez de cambiar de smartphone casi cada año tuviesen teléfonos que funcionasen como el primer día después de diez años? ¿Qué impacto tendría en la economía? Un auténtico mazazo al modelo capitalista y a la economía de mercado.
Ahora bien, el modelo de la obsolescencia programada no se limita a producir bienes que duran menos y que hay que reemplazar cada cierto tiempo (cuando teóricamente termina la vida útil del producto), sino que para acelerar aún más el cambio, se crean nuevas necesidades que impulsan la compra.
Porque realmente no podemos explicar por qué “necesitamos” cambiar nuestro teléfono cada año o dos años si no es porque el nuevo sistema operativo que se incluye es “mejor” y por supuesto, no va a funcionar con nuestro modelo viejo, por poner un ejemplo. ¿Es esto así? O no hay voluntad de que funcione desde el principio…
“Comprar, tirar, comprar” es también un alegato en favor del medio ambiente, de la necesidad de despertar una conciencia global que prime el reciclaje y el re-utilizar antes de tirar. Y más importante aún, es una crítica frontal a un modelo económico obsesionado con el crecimiento.
Y es que se nos repite una y otra vez que tenemos que crecer. Sólo saldremos de la crisis si crecemos. Pero el crecimiento infinito no es posible en un planeta que es finito.
Llevo unas cuantas entradas del tirón, me gusta. Me quedo con la entrada sobre correr, la de las listas (última), las 10 memeces a evitar y me apunto Ácido sulfúrico y Monasterio. Un saludo!
Me alegro de que te guste el blog. Me gustaría escribir más a menudo, pero ya sabes cómo estamos todos de tiempo : )