La enfermedad del trabajador moderno. Pasamos cada vez más horas sentados frente al ordenador y a la vez, somos cada vez menos productivos. Se nos dice que tenemos que trabajar más y producir más para ser competitivos cuando en realidad, la visión de muchos (entre ellos la mía), ser más productivos implica necesariamente lo opuesto. No trabajar más, sino hacerlo mejor. No trabajar más, sino probablemente menos.
Lo cuento en
“Por qué deberías de trabajar menos horas y no más”, un artículo en el que planteo lo innecesario de seguir anclado a un esquema laboral directamente heredado de la revolución industrial. Un esquema que se justificaba casi exclusivamente por mantener los
hornos de las fábricas constantemente encendidos.
Pero en un mundo que ha pasado de la economía industrial a la economía del conocimiento; de una sociedad de herramientas a otra de nuevas tecnologías, o dicho de otra forma, del martillo al smartphone, ¿Sigue siendo razonable arrastrar un sistema de relaciones laborales que en breve cumplirá 200 años? ¿De verdad no podemos organizarnos mejor? ¿Acaso estamos condenados a seguir siendo esclavos de nosotros mismos durante 200 años más?
El planteamiento que hago en el artículo no tiene en realidad demasiado de original. Magnates como Carlos Slim, medios de comunicación como Forbes, think tanks como la New Economic Foundation, o
gurús de la productividad como el famoso Tim Ferris llevan tiempo hablando de la necesidad de establecer jornadas laborales mucho más cortas, en las que la energía se centre en lo
importante.
Incluso desde el punto de vista económico, ¿Quién dice que lo ideal es que los días de descanso semanales sean dos?
Si fuesen tres (y algunos autores se aventuran a decir que lo ideal serían cuatro), parece lógico pensar que buena parte del tiempo que no pasamos trabajando lo podemos pasar consumiendo, o emprendiendo nuevas actividades que reviertan en beneficio de la sociedad y/o produzcan un bien económico.
Incluso siguiendo este planteamiento, parece acertado afirmar que esta nueva forma de organizar el trabajo podría suponer una reducción más que significativa de la tasa de paro, lo que directamente implicaría entrada de nuevo capital circulante en la economía.
¿Quién saldría perdiendo? Seguramente que muchos autores veo liberales afirmarán que se dispararán los costes para las empresas, que se verían obligadas a contratar más personal, disparándose sus costes laborales. Yo sin embargo creo que si la reforma de la jornada de trabajo va asociada a una reforma fiscal centrada en la persona, sin duda se podrían estudiar fórmulas que no perjudicasen a las empresas.
Creo sinceramente que en este aspecto, como en mucho otros, el viejo mantra que afirma que “menos es más” tiene todo el sentido del mundo.
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Totalmente de acuerdo. Muy buen artículo, en España tenemos la costumbre de pasarnos horas y horas en el trabajo y producir como si hubiéramos trabajado la mitad del tiempo y a veces incluso menos. Cuando trabajaba en Madrid, me pasaba a lo mejor 12 o 13 horas en la oficina? Pero el trabajo que hacía se podía reducir a 3 horas probablemente. La mala costumbre que tenemos es el bajarnos a desayunar, el café del mediodía, el cigarro del descanso, la comida de 2 horas etc… Si realmente nos enfocáramos en lo que tenemos que hacer, te aseguro que en 4 o 5 horas ya estaría hecho.