Desde hace casi un año, sigo con atención casi todas las noticias que se producen en lo que ha venido llamándose como consumo colaborativo o economía colaborativa. Seguramente alguno de los que me sigáis en MuyPymes habréis tenido la oportunidad de leer la entrevista que mantuvimos con Vicent Rosso, CEO de Blablacar, y puede que hayáis leído artículos como “¿Participas en el consumo colaborativo?” o el más reciente “Desmontando cuatro mitos sobre economía colaborativa.
El movimiento, que ha pasado unos cuantos años desapercibido y casi oculto para el grueso de la sociedad española, vive actualmente una primera edad dorada. La crisis económica y en buena medida el avance imparable de la tecnología está provocando que servicios que antes se comunicaban de boca a oreja, estén disponibles para el grueso de la población.
En España como en muchos otros, Airbnb o la misma Blablacar actúan como punta de lanza de un fenómeno que rápidamente va calando en casi todos los estratos del sector servicios. No son ni mucho menos los únicos. Si echamos un rápido vistazo a un portal vertical como Consumocolaborativo.com descubrimos servicios prácticamente para todo: compartir coche, bicicleta, taxi, plazas de aparcamiento, conocimientos, centros de trabajo, casas, ropa y un largo etc.
Si triunfan estos servicios es porque cada vez son más usuarios los que o bien quieren hacer las cosas de una forma diferente, o bien porque se convencen de que para muchas cosas resulta mucho más práctico compartir y alquilar, que poseer y mantener, con todos los costes que ello conlleva. Incluso para trasladarse dentro de la ciudad, servicios de alquiler de coches por horas como Respiro, resultan más práctico que comprar un coche y preocuparse por todos sus costes asociados.
El inevitable choque con el lobby
Ahora bien, en muchos casos los servicios de economía colaborativa se mueven en una zona gris en la que todavía no se ha entrado a legislar. Lo cual ha provocado el malestar de empresas, asociaciones y lobbys muy establecidos. En el caso de Airbnb, que permite que los particulares puedan alquilar su casa por días, ha sido el lobby hotelero de ciudades como Nueva York el primero en reaccionar. Como veremos más adelante la acusación que se le hace a este tipo de servicios es “competencia desleal”.
La premisa de la que parten es simple desde el punto de vusta de las empresas que acusan: una entidad se está lucrando de una actividad económica que aunque se produzca entre particulares y sólo actúen como intermediarios, no está regulada, ni tiene licencia para ello ni ofrece las “garantías” de cara al consumidor que se les exigen a las empresas “tradicionales”.
Vemos cómo la alarma también ha empezado a oírse en nuestro país. En MuyPymes os contábamos hace no demasiado que Fenebús, la patronal que agrupa a empresas del sector del autobús ha presentado una denuncia ante el ministerio de Fomento para que, o bien se regule la actividad de Blablacar o se elimine la página, a la que acusan de “competencia desleal”.
Y un fenómeno similar está suceciendo con Uber en varias ciudades de Europa, donde las asociaciones de taxistas ya han conseguido algunas victorias legislativas para poner freno a una actividad que supone una amenaza directa a un modelo de negocio muy establecido.
Así que por un lado tenemos a ciudadanos que expresan su voluntad de organizarse y de consumir de una forma diferente, y por otro un grupo de empresas y asociaciones que de forma más o menos legítima luchan por defender unos derechos que consideran conquistados. ¿Cuál es la solución?
Mientras que los segundos muchas veces piden directamente la abolición de este tipo de servicios, los primeros se muestran partidarios de la regulación, de que se establezca un marco normativo común en el que puedan desarrollarse actividades de consumo colaborativo con total garantía para los usuarios.
Pero regular este tipo de actividades parece complejo. En primer lugar porque la casuística de cada tipo de actividad es diferente (no es lo mismo compartir coche que intercambiar casas). En segundo término porque pese a la aparente profesionalidad de estos servicios, no dejan de haber en la base una enrome maraña de relaciones informales que pueden estructurarse bajo cualquier otro paraguas en cualquier momento.
Tal vez sólo sea cuestión de tiempo. Y el tiempo pone a cada uno en su sitio.
Creo que effectivamente es una cuestión de tiempo el que se regularice todo esto del consumo colaborativo porque por mucho que quieran la Alsa o Renfe de turno, los usuarios no van a dejar de apostar por este tipo de servicios. De hecho, creo que cada irá a más y tendrá que hacer repensar las estrategias de las corporaciones.