Cierra Canal 9, el órgano de propaganda que durante los últimos 20 años ha servido a los intereses del gobierno valenciano. Lo hace tras una sentencia que obliga a readmitir a más de 1.000 trabajadores despedidos hace un año y cumpliendo la amenaza de Fabra, uno de los políticos más grises de esta nuestra España cada vez más en blanco y negro.
Pero como el moribundo que antes de su fatídico final se siente un poco mejor, los trabajadores que quedan en la redacción del canal valenciano, quieren aprovechar estas últimas semanas de vida para su particular vendetta. Utilizan los informativos y el resto de espacios en los que se da voz a la información, para denunciar que han sido manipulados, que se les amordazaba, que no se les dejaba informar y se les coaccionaba a diario.
Y así les hemos visto ahora pidiendo perdón por ocultar el accidente de metro que costó la vida de 43 personas, asegurando que su atitud fue “indigna” y culpando a los “despachos de esas voces que se quisieron silenciar”. Les hemos escuchado denunciar cómo se les prohibía hablar de recortes, que se les obligaba a censurar las denuncias de la oposición o incluso que el panegírico del líder era una constante de obligado cumplimiento en todas las escaletas.
Es ahora, cuando su final ya está más que firmado, cuando no tienen un puesto de trabajo que perder, porque ya lo han perdido, cuando los periodistas de Canal 9 se han dado cuenta de que lo que es ser periodista. Durante todos estos años las amargas quejas se han diluido frente al café de la máquina, en algunos corrillos de pasillo o en el roce diario con los profesionales de otros medios.
¿Pero cuántos de estos que hoy se rasgan las vestiduras dieron en su día un paso al frente? ¿Quiénes se atrevieron a denunciar la censura que ahora parece les acompañaba desde que cruzaban el hall del estudio de televisión?
Y si desde que se recuerda el PP manipulaba la información autonómica a su antojo, y si no estaban de acuerdo con esa política, ¿Quién les obligó a firmar el contrato de trabajo? ¿Quién les puso la pistola en el pecho para que se presentaran a una plaza? Me encantan estos dos últimos párrafos míos, escritos desde la más pura y facilona demagogia.
No me parecería mal este cambio de rumbo si no fuese porque llega demasiado tarde. Porque es la pataleta del “a mí no me dejan”, a “mí me obligaron” o aún peor: “yo solo cumplía órdenes”. Pero a mí esto no me vale. El que cumple unas órdenes injustas a sabiendas de que lo son, no puede aspirar a expiar su culpa cuando ya no tiene nada que perder.
A estos, en mi casa los llamaban cobardes. Yo no diré tanto.