“Leer es malo para la salud”. “Las noticias causan adicción. El Ministerio de Sanidad recomienda un consumo responsable”. “Como médico, la recomendación que le hago es que deje de comprar el periódico”.
Los tres entrecomillados que he escrito en el primer párrafo de este artículo parecen completamente disparatados. ¿Pero lo son? No tanto, si atendemos a un artículo que esta semana publica The Guardian.
Rolf Dobelli firma una información en la que asegura que de la misma forma que en los años 80 descubrimos que el consumo excesivo de comida rápida conducía irremediablemente al sobrepeso, hoy en día el querer estar informado las 24 horas del día, se ha convertido en una de las primeras causas de estrés, ansiedad y en último término, de infelicidad.
Este experto en comunicación explica que las noticias, a diferencia de los reportajes o los libros, no invitan ni permiten, que el lector realice ninguna reflexión personal sobre las mismas, ni saque sus propias conclusiones. Son en cambio, como un “chute de información” que nos hace sentirnos bien con nosotros mismos (nos sentimos muy informados) y que al igual que la droga, nos provoca la necesidad de seguir consumiendo, de una forma casi compulsiva e irracional.
De las casi 10.000 noticias que has leído en los últimos 12 meses, nombra una que te haya permitido tomar una mejor decisión sobre un aspecto importante de tu vida personal o en tu trabajo. Si no puedes hacerlo es porque las noticias son irrelevantes, porque a las personas les cuesta determinar lo que es relevante. Es mucho más fácil reconocer lo que es nuevo
Es difícil no estar de acuerdo. Cuando vemos un informativo en televisión o cuando hojeamos un periódico, ¿Cuántas noticias son realmente relevantes? ¿Cuántas nos dan algo sobre lo que pensar? ¿Y cuántas otras nos parecen simplemente interesantes pero no aportan nada a nuestra vida personal? Tomaos un tiempo para responder a estas preguntas.
Lo curioso es que desde hace décadas hemos pensado que estar bien informados, estar al tanto de todo lo que pasa, nos da una ventaja competitiva que nos permite tomar mejores decisiones. ¿Podría no ser así? ¿Podría ser que en realidad el exceso de información tuviese un efecto opuesto? No sólo aumentando nuestros niveles de estrés, sino perjudicando seriamente nuestra capacidad de análisis y reflexión personal.
La mercantilización de la información, el que se haya convertido en un vehículo para la publicidad y otros intereses espurios, provoca precisamente el efecto que Dobelli denuncia en su artículo. Queremos más noticias, más opinión, estar más conectados e ¿informados? hasta alcanzar niveles de auto complacencia casi pornográficos.
Pongamos un ejemplo clásico: el del conductor que ha tenido un accidente por el desprendimiento de un puente. ¿A qué suelen prestar atención los medios de comunicación? Al coche. Al conductor del coche. De dónde venía y a dónde iba. A su testimonio sobre el accidente. La mayoría de estos datos, que conformarán el titular de apertura de cualquier telediario dirigido por Pedro Piqueras, son completamente irrelevantes.
¿Qué debería ser lo relevante? La estabilidad estructural del puente. Si hay un riesgo inherente en ese tipo de construcción y si ese riesgo puede estar presente en otro tipo de construcciones. Pero en el siglo XXI, los defectos estructurales de un puente son mucho menos atractivos que las del testimonio de un conductor asustado, quien por supuesto tiene una carga dramática muy superior a la de un trozo de cemento.
¿La solución? Someternos a una estricta dieta de información. Si una dieta para perder peso implica comer menos pero hacerlo mejor, en una dieta de información tendremos necesariamente que leer menos pero hacerlo mejor. Apostar por la calidad, desechando la cantidad.
Porque probablemente un libro como “Ébano” de Ryszard Kapuściński puede mostrarnos en 200 páginas más sobre África, que un año de noticias en la CNN. Un libro irreverente como “Freakonomics” va a resultarnos de mucha más utilidad que estudiar los “Papeles de Bárcenas”. El estupendo reportaje sobre la muerte de Bin Laden que Phil Bronstein publica en Esquire nos va a enseñar más sobre Afganistán que las noticias sobre atentados terroristas que nos tragamos a la hora del postre.
Una dieta de información que además, va a hacernos más felices. Porque ¿Sabes qué? En realidad me importa muy poco quien sea el juez que finalmente va a juzgar a Bárcenas, o cuáles son los argumentos exactos que utiliza la fiscalía para oponerse a la imputación de la Infanta. Lo único que en estos dos casos me importa, es que finalmente se haga justicia.