Primero fue el “Washington Post” y ahora es el turno de “The Guardian”. A los medios de comunicación parece que se les está acabando el idilio que hasta hace muy poco mantenían con Facebook. Ambas cabeceras habían apostado en su momento por desarrollar sendas aplicaciones para que sus lectores pudieran acceder a todos sus contenidos sin tener que abandonar la red social de Mark Zuckerberg.
Cuando apenas ha pasado un año, oh sorpresa sorpresa, las dos rotativas han decidido eliminar sus aplicaciones, manteniendo únicamente su página de fans como presencial en esta red social. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué dos de los medios más importantes del mundo de repente “descubren” que ya no les resulta rentable seguir en Facebook de esta forma? Es difícil dar una respuesta sencilla. En mi opinión habría que analizar el papel que han jugado los tres actores que intervienen en esta ecuación: Los medios, Facebook y los lectores.
Los medios
Estar en una red social que ha llegado a los 1.000 millones de usuario, parece a todas luces una buena idea. La premisa de las dos publicaciones era simple. Si la mayoría de los usuarios pasan el día en Facebook, lo lógico es que al menos parte de este tiempo lo pasen con nosotros. Si encima les facilitamos las cosas y no les obligamos a abandonar la red social, mejor que mejor ¿Verdad?
Se traba en mi opinión de una de las premisas más inocentes a las que hemos asistido en los últimos tiempos. Se basa en suponer que los usuarios entran en Facebook para informarse, como si de alguna forma se obviase que el 90% de la actividad que se realiza en Facebook consiste en subir y comentar fotos.
Por otro lado, los medios pronto se dieron cuenta de que al producir información que se consumía de forma interna (no se redirigía a una web externo como en el caso de una página de fans) perdían automáticamente el control sobre la misma. Cualquier modificación que Facebook hiciese de sus TOC’s les afectaba, cualquier cambio en su política de privacidad, o en lo que podían y no podían hacer los usuarios les afectaba directamente y no siempre para bien.
Facebook y su API
Facebook estaba encantada con la situación, pues no sólo contaba con grandes cabeceras, sino que además era capaz de monetizar la información que producían. Cualquier anuncio contextual sobre el que pulsase el lector, cualquier publicidad que se mostrase en pantalla, no beneficiaba a los medios, sino a la propia Facebook que “hace el favor” de mejorar la exposición de los medios a una audiencia global.
Lo único que ganaban aquí “The Guardian” y “Washington Post” era una supuesta imagen de marca, que no tardaron en comprobar que no acababa de convertirse en nuevos lectores/suscriptores sino más bien como un fenómeno anecdótico del que no extraían ningún beneficio.
Por otro lado no deja de ser curiosa la forma en la que actúan las nuevas aplicaciones en Facebook. Se basan en el concepto de que como vivimos en un mundo social, no importa que el resto de la humanidad conozca qué hacemos, cómo lo hacemos y cuándo.
Spotify es la prueba. A menos que no desactivemos la opción que viene por defecto, cualquier canción que escuchemos será automáticamente compartida con nuestros contactos, que podrán bien opinar sobre la misma, bien escucharla a su vez. Esto que puede tener cierto interés en temas como la música o el cine, empieza a ser un tanto incómodo cuando se trata de leer un diario porque no se comparte únicamente lo que queremos compartir, sino absolutamente todo lo que leemos. ¿Cuántas personas están dispuestas a compartir sus hábitos de lectura con toda su red de contactos?
Los lectores
Cuando he comentado en la redacción que “Washington Post” y “The Guardian” abandonaban sus aplicaciones en Facebook, la máxima reacción que he conseguido obtener ha sido un ligero encogimiento de hombros seguido de un “no sé de que me estás hablando”.
Traducido al romano paladín: a nadie le importa.